No soy un espectáculo:

Integrando mi feminidad:

 

Un camino de amor, sensibilidad y autenticidad


D
esde hace un tiempo, siento que mi feminidad ha ido ganando un lugar cada vez más importante en mi vida. Ya no es algo que reservo para momentos específicos ni una máscara que me pongo o me saco, sino que se ha vuelto parte natural y esencial de quién soy. Este proceso no ha sido sencillo, pero sí profundamente liberador.

 

Durante años, viví con una división clara entre Jorge y Sabrina. Dos nombres, dos identidades, dos formas de estar en el mundo. A veces sentía que debía esconder partes de mí para encajar en lo que esperaba la sociedad o incluso lo que yo misma creía que debía ser. Esa división generaba tensión interna, confusión y cansancio.

 

Sin embargo, hoy esa dualidad se va diluyendo. Ya no siento que deba “convertirme” en Sabrina solo cuando estoy sola o en ciertos momentos. Sabrina está en mí, conviviendo con Jorge, integrándose sin perder fuerza ni autenticidad.

 

Esta integración me ha dado una sensación de libertad y coherencia que antes no tenía. Ya no hay necesidad de poner límites estrictos entre quién soy y cómo me presento. La feminidad se expresa con naturalidad, sin forzar ni esconder. Puedo permitirme ser más auténtica, sin miedo al juicio o la crítica, porque sé que estoy reconociendo todas mis partes.

 

Este proceso no fue de la noche a la mañana; fue un camino de autodescubrimiento y aceptación. La terapia, la escritura, las reflexiones profundas, y las experiencias de vida me ayudaron a romper esas barreras internas. Aprender a integrar esas dos partes fue aprender a quererme en mi totalidad, sin divisiones ni contradicciones.

 

Una parte fundamental de este camino es el cuidado hacia mí misma y hacia quienes amo; mi hija y su madre. Aunque ya no estamos juntos como pareja, el amor que siento por ella sigue intacto y es un motor para protegernos de las opiniones o juicios externos.

 

Cuidarnos es como proteger un jardín preciado. En ese jardín, cada flor representa una parte de nosotros mismos y de quienes amamos. Para que esas flores crezcan fuertes y saludables, es necesario rodearlas de un cercado que las resguarde de las tempestades y de las miradas que no entienden su belleza.

 

Así como un jardinero sabe cuándo dejar entrar la lluvia y cuándo cubrir sus plantas para que no se dañen, nosotros también debemos aprender a elegir qué permitimos que entre en nuestro espacio emocional y mental. Proteger ese jardín no es cerrarnos al mundo, sino crear un refugio seguro donde el amor, la confianza y la autenticidad puedan florecer sin miedo.

 

Cuidarnos a nosotros mismos y a quienes amamos implica también poner límites saludables y saber cuándo es momento de sanar, descansar y reconstruir, para seguir creciendo juntos en armonía.

 

Desde que descubrí, gracias a mi amiga, que existía esta denominación y que soy una Persona Altamente Sensible (PAS), ha sido un aspecto clave en este proceso. Entender qué significa ser PAS me ayudó a comprender muchas de mis reacciones emocionales, la intensidad con la que siento y percibo el mundo que me rodea.

 

Esta sensibilidad profunda potencia mi feminidad y me conecta con mis emociones y las de quienes me rodean de una manera muy intensa. Sin embargo, también puede traer desafíos, especialmente en momentos de conflicto o juicio. Cuando siento críticas o rechazo, mi sensibilidad puede amplificar esas experiencias, haciéndome sentir más vulnerable o expuesta.

 

Aprender a manejar estos momentos ha sido fundamental para no dejar que la sensibilidad se convierta en una carga. He ido desarrollando herramientas para proteger mi energía, para distinguir cuándo un juicio es válido o cuándo solo refleja el miedo o la incomprensión de otros.

 

La sensibilidad no es una debilidad, sino una fuerza. Es una capacidad para vivir con mayor profundidad, para conectar auténticamente con uno mismo y con los demás, y para experimentar la vida con una riqueza emocional que pocas personas tienen. Reconocer y valorar esa sensibilidad me ha permitido transformar lo que antes podía parecer un obstáculo en una fuente de poder y autenticidad.

 

 

Cuando comencé con mi terapia, hace casi dos año, motivada por los problemas de pareja y demás, descubrí la práctica del mindfulness. Desde entonces, se ha convertido en una herramienta fundamental para transitar este camino con calma, compasión y claridad.

 

El mindfulness me enseña a estar presente en el momento, a observar mis pensamientos y emociones sin juzgarlos ni dejarme arrastrar por ellos. Me permite reconocer lo que siento sin etiquetarlo como “bueno” o “malo”, simplemente aceptándolo como parte de mi experiencia humana.

 

Esta práctica me ha dado la posibilidad de crear un espacio interno de calma y amor, donde puedo conectar con mi esencia femenina y con el cuidado hacia mí y hacia quienes amo. En esos momentos de presencia consciente, siento que puedo proteger mi energía, soltar la frustración y fortalecer mi paz interior.

 

Un ejercicio sencillo que uso para reconectar con ese amor y protección es imaginar un escudo de luz cálida que me envuelve a mí y a quienes amo, que nos resguarda de críticas, juicios o energías que puedan perturbar nuestra armonía.

 

Estas prácticas y ejercicios no solo me ayuda a manejar los momentos difíciles, sino que también me invita a vivir con mayor autenticidad y aceptando todas las partes de mí misma en este proceso de integración.

 

Quiero invitar a quienes lean estas líneas a reconocer su propia dualidad y sensibilidad, a permitirse integrar todas las partes de sí mismos con amor, paciencia y respeto. Cada camino es único, y aunque a veces pueda parecer difícil o confuso, la autenticidad siempre merece ser celebrada y cultivada.

 

No están solos en este proceso. Somos muchos los que transitamos el sendero de descubrir y expresar nuestra verdad más profunda, enfrentando miedos, prejuicios y expectativas sociales. Pero también somos muchos los que aprendemos a amarnos en todas nuestras dimensiones, a encontrar paz en la aceptación y a construir vidas plenas desde la libertad interior.

 

Los animo a que se permitan vivir con valentía y compasión, que se rodeen de quienes los apoyan y que cultiven ese amor propio que es la base para cualquier transformación verdadera. Porque integrar nuestra esencia, sin importar las etiquetas o roles, es el regalo más grande que podemos darnos a nosotros mismos y a quienes nos acompañan en el camino.

Comentarios