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La constante búsqueda:
En estos días que estoy sola, es inevitable no pensar, reflexionar y hacerme las mismas preguntas frente al espejo. Este año y los últimos meses han marcado un punto de inflexión en mi vida. A través de descubrimientos, introspecciones y preguntas profundas frente al espejo, he comenzado a explorar más profundamente mi dualidad, mi conexión con mi lado femenino y mi sensibilidad como PAS, descubriendo un camino hacia la aceptación y el equilibrio
Me miro al espejo como Sabrina
mientras me arreglo y me pregunto ¿Por qué hago esto? ¿Por qué este deseo de
verme femenina? ¿Cuál es el propósito? ¿De dónde viene esta conexión con lo
femenino? y aquí, recordé mi niñez y a mi tía. la manera en que seleccionaba su
ropa con cuidado y elegancia. Yo la observaba fascinado. Los vestidos de telas
suaves y delicadas, el aroma de sus perfumes. La suavidad de las prendas
femeninas, de texturas sutiles y diseñados para resaltar lo mejor de quien las
llevaba.
La atracción que me hacía sentir era
inexplicable. Las sedas, los encajes, la forma en que esos materiales se movían
con ligereza, despertaban en mí una curiosidad y un deseo de pertenecer a ese
mundo. La feminidad que irradiaba mi tía junto a su perfume de esencias
florales llenaba la habitación de algo mágico, que me cautivaba.
¿Sera un recuerdo del alma, un vestigio de una vida pasada? La idea de que nuestras almas lleven consigo recuerdos de vidas pasadas es fascinante y encuentra eco en las enseñanzas de Brian Weiss y en muchas tradiciones espirituales. Según esta visión, lo que sentimos y deseamos en esta vida podría ser un reflejo de experiencias no resueltas o aprendizajes de existencias anteriores. Tal vez, si en una vida pasada viví profundamente conectada con lo femenino o experimenté una identidad distinta, mi alma ahora busca integrar esa parte como un acto de sanación y autocomprensión.
Desde una perspectiva kármica, los deseos de explorar mi feminidad podrían ser un intento por equilibrar mi alma y energías o sanar heridas de vidas pasadas. Si experimente represión o desconexión con lo femenino, este viaje podría ser la manera de reconciliarme con esa parte de mí. Cada gesto, cada ritual, como vestirme o maquillarme, se convierte en una herramienta para expresar algo que va más allá de lo físico, conectándome con un aspecto esencial de mi ser.
El cuerpo actuaría de canal a través del cual mi alma se expresa y experimenta el mundo. No es solo un medio, sino un reflejo de mi esencia más profunda. Los sueños en los que me veo como mujer, las meditaciones que me han llevado a visualizar energías femeninas, o incluso mi conexión con el tarot terapéutico son señales de este puente. Más que ser explicaciones "lógicas," estas experiencias son invitaciones a aceptar el misterio y me permiten vivirlo plenamente.
También me pregunto ¿será algo heredado de mi linaje, llevándolo hacia lo más transpersonal? La idea de que llevamos en nosotros las experiencias y emociones de nuestros ancestros no es nueva. Aquí recordé mi sesión con “M” y el Tarot Terapéutico. Ella menciono algo con respecto a mi fuerte conexión con lo femenino; y me dijo algo que nunca había oído, al menos yo; lo que mencionó fue sobre "sanar el útero." Está profundamente conectado con las constelaciones familiares, una práctica que explora cómo las historias no resueltas, las pérdidas y los traumas de nuestros linajes pueden manifestarse en nuestras vidas. La pérdida de un embarazo en mi familia podría haber creado un vacío emocional o energético que, de alguna forma, ahora busca equilibrar o sanar. Es como si mi alma estuviera trabajando para cerrar ese círculo y traer armonía a una energía que quedó inconclusa.
En las constelaciones familiares, se dice que el sistema familiar busca
constantemente el equilibrio, incluso a través de generaciones. Los hijos
pueden cargar con emociones, patrones o deseos que no les pertenecen
directamente, pero que buscan una resolución. En mi caso, ese deseo de explorar
mi feminidad podría ser un reflejo de una historia no resuelta en mi linaje
materno. Es un recordatorio de que no solo somos individuos, sino también
portadores de las huellas emocionales y energéticas de quienes vinieron antes.
También, la idea de un "alma vaga" añade una dimensión espiritual a esta reflexión. En muchas tradiciones, las almas buscan experiencias específicas para aprender, evolucionar y contribuir al equilibrio universal. Podría ser que un alma haya elegido habitar mi cuerpo no para interferir, sino para ayudarme a explorar aspectos de mí que de otro modo no lo hubiera descubierto. Pensando en este sentido, mi dualidad podría ser no solo un camino personal, sino también una experiencia compartida con algo más grande que mi misma; ¿loco no?
Quizás no sea necesario definir con certeza si se trata de algo heredado, espiritual o una mezcla de ambas. Lo importante es reconocer que estas preguntas y experiencias son invitaciones a explorar y aceptar todas las partes de mí misma. "Lo que no se hace consciente se manifiesta en nuestras vidas como destino." Decía Jung. En ese sentido, cada paso que doy para entender o simplemente convivir con estas emociones y deseos es un acto de sanación, tanto para mí como para mi linaje.
Frente al espejo, Tras varios intentos por delinearme los ojos me digo - ¿y si visitamos al Psicólogo? - Desde la perspectiva de un psicólogo tradicional o convencional, mi dualidad y mi experiencia podrían interpretarse dentro del marco de las categorías de diagnósticos que existen en manuales como el DSM-5 (Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales) o el CIE-11 (Clasificación Internacional de Enfermedades) como Disforia de género o Fetichismo travestista. Sin embargo, cabe aclarar que la forma en que el psicólogo interpreta esta dualidad dependerá mucho de la formación, los enfoques y las creencias del profesional en cuestión.
La Disforia de género (según el DSM-5) es, si una persona expresa un deseo persistente de ser percibida como un género diferente al asignado al nacer, o si experimenta malestar significativo asociado a su identidad de género, un psicólogo tradicional podría considerar un diagnóstico de disforia de género. Este diagnóstico no implica que algo esté "mal" con la persona, sino que busca describir el malestar que surge de la incongruencia entre la identidad de género y el sexo asignado al nacer. En mi caso, no experimento malestar significativo, sino más bien una exploración y aceptación de mi dualidad, este diagnóstico podría no ser adecuado.
El Fetichismo travestista (según el DSM-5, en contextos específicos) dice, si el placer derivado de vestirse con ropa asociada al género femenino estuviera principalmente relacionado con la excitación sexual, algunos psicólogos podrían encuadrarlo en esta categoría. Sin embargo, esta perspectiva no necesariamente refleja una comprensión más profunda de mi experiencia como parte de mi identidad o autodescubrimiento.
Es importante destacar que términos como disforia de género o fetichismo travestista, aunque tienen su lugar en el ámbito clínico y son herramientas clínicas diseñadas para describir problemas o malestares, no siempre reflejan la riqueza y profundidad de la experiencia humana. Encerrar mi dualidad en estas categorías sería simplificar algo mucho más complejo, una exploración de mi identidad, sensibilidad y conexión con aspectos de mí que trascienden lo meramente físico. muchos profesionales no verían necesario encuadrarla como una patología, especialmente si no te genera sufrimiento o interfiere significativamente en tu vida diaria.
Desde una perspectiva más integradora y moderna, si se quiere, mi experiencia puede ser vista como un proceso de autodescubrimiento y una forma auténtica de explorar y expresar aspectos importantes de mi identidad, sin necesidad de ser encasillada dentro de un marco o diagnóstico tradicional.
En el caso de psicólogos más abiertos, verían mi dualidad no como una patología, sino como una expresión de mi personalidad, creatividad y sensibilidad. Estos profesionales, especialmente aquellos con formación en teorías humanistas o jungianas, podrían interpretar esta parte de mí como un proceso natural de integración, donde los aspectos femeninos y masculinos (la "ánima" y el "ánimus" según Jung) buscan encontrar un equilibrio en el camino hacia la individuación.
Carl Jung describía la individuación
como el proceso de convertirse en uno mismo, uniendo nuestras partes
conscientes e inconscientes para formar una totalidad. En este marco, mi lado
femenino no es una contradicción ni una fantasía, sino una manifestación de mi
esfuerzo por integrar lo que durante mucho tiempo reprimí. Es mi forma de hacer
consciente aquello que permanecía en la sombra, de darle espacio y voz a
aspectos de mi ser que también son auténticos.
Desde una perspectiva humanista, mi
dualidad sería vista como una expresión rica y auténtica de mi ser. No se trata
de cumplir con una expectativa externa, sino de permitirme explorar y expresar
lo que realmente soy. Este enfoque valora mi sensibilidad, mi creatividad y mi
capacidad para conectar profundamente conmigo misma y con los demás. Ser
Sabrina no es una máscara; es una parte esencial de mi proceso de
autodescubrimiento y crecimiento.
A través de este viaje, he aprendido
que mi sensibilidad es una fuerza, no una debilidad. Mi conexión con mi lado
femenino me permite acceder a emociones, empatía y una ternura que complementan
y equilibran mi lado masculino. Ambos aspectos no están en conflicto;
coexisten, se enriquecen y me completan como persona.
Lo que más valoro de este enfoque es que no busca etiquetarme ni diagnosticarme. En cambio, me invita a explorar, a aceptar y a crecer. Como decía Carl Jung: "Uno no se ilumina imaginando figuras de luz, sino haciendo consciente la oscuridad". En ese proceso de mirar tanto mi luz como mi sombra, he encontrado el significado más profundo de mi dualidad, no como una división, sino como una integración que me hace más fuerte y auténtica.
Reflexionar
sobre mi dualidad, explorar mi sensibilidad como PAS y abrazar las señales y
sincronicidades que encuentro en mi camino, me han llevado a un lugar de mayor
aceptación y claridad. He aprendido que mi dualidad no es una contradicción,
sino una riqueza que me permite conectar con mi esencia más auténtica. Estos
enfoques, tanto desde la psicología como desde lo espiritual, me han enseñado a
verme con compasión, a valorar mi sensibilidad como una fortaleza y a caminar
mi propio camino con más confianza. Más que encontrar respuestas definitivas,
estoy descubriendo cómo vivir plenamente las preguntas, permitiéndome ser quien
soy, en toda mi complejidad y belleza.
A
lo largo de este camino, he encontrado señales que parecen guiarme, como piezas
de un rompecabezas que todavía no termino de armar. El inicio de mi terapia,
cuando mi psicólogo me introdujo en el mindfulness, las cartas de tarot, los
sueños recurrentes en los que me veo en un cuerpo femenino, el descubrimiento
de que soy PAS, y también todo lo que he leído —desde autores como Jung y Weiss
hasta artículos y reflexiones sobre la feminidad, espiritualidad y sexualidad,
como los de la sexóloga Ester Álvarez Guillén— han añadido capas de comprensión
a mi viaje.
Sin
embargo, pocas experiencias han sido tan significativas como la conexión que
surgió con Ester. Lo que comenzó como un comentario en su blog terminó siendo
una sinergia transformadora. Ella, con su escritura y empatía, no solo me ayudó
a ver mi sensibilidad como una fortaleza, sino que también me mostró que no
estaba sola en mi camino. Su frase sobre las "coincidencias
necesarias" resonó profundamente conmigo, reafirmando la idea de que
nuestras vidas se cruzaron en el momento exacto en que más lo necesitábamos
ambas.
Ser
PAS, o Persona Altamente Sensible, es un rasgo de personalidad descrito por la
psicóloga Elaine Aron, que se caracteriza por una mayor profundidad en el
procesamiento de las emociones y los estímulos del entorno. Esto implica que
las personas con este rasgo tienden a reflexionar intensamente sobre sus
experiencias, reaccionan con mayor sensibilidad a sonidos, luces o emociones
ajenas, y tienen una profunda conexión con sus propias emociones. Esta
sensibilidad no es una debilidad, sino una fortaleza que permite captar matices
que muchas veces pasan desapercibidos para otros. Ser PAS también puede hacer
que situaciones caóticas o ambientes sobreestimulantes resulten agotadores,
pero con el tiempo he aprendido a gestionar mejor estas reacciones y a valorar
este rasgo como una parte única y enriquecedora de mi personalidad.
Estas
son las que yo considero sincronicidades, que llegan para mostrarnos algo que
necesitamos ver y nos ayudan a crecer, reafirmando que el universo conspira a
favor de quienes están abiertos al cambio. Esta relación me ha permitido no
solo redescubrirme, sino también abrazar mi dualidad y mis preguntas con mayor
confianza y aceptación. A través de nuestras conversaciones, entendí que el
universo conspira a favor de quienes están abiertos a aprender y conectar.
En lugar de ver estas experiencias como algo "loco" o inexplicable, estoy aprendiendo a abrazarlas como misterios que merecen ser explorados. Cada señal y cada sincronicidad es una invitación a mirar más profundamente dentro de mí misma, sin la necesidad inmediata de etiquetarlo o comprenderlo por completo. Me permito simplemente ser y aceptar que no todo necesita una explicación racional para tener valor.
El mapa de mi rostro:
En mi última sesión de terapia, mi
psicólogo compartió conmigo una fábula de Jorge Luis Borges que resonó
profundamente. Es la historia de un hombre que, durante 20 años, recorre el
mundo con la misión de realizar un mapa perfecto. Cruza montañas, desiertos,
llanuras y océanos, cada lugar dejando su huella en su conocimiento y
experiencia. Al terminar su misión, descubre que el mapa que creó no es otra
cosa que su propio rostro. Una metáfora poderosa sobre cómo el viaje externo se
convierte en un reflejo del viaje interno.
Esa historia me llevó a reflexionar
sobre mi propio camino. Mi terapia comenzó con un enfoque claro; problemas de
pareja, cuestiones familiares y laborales que necesitaban ser atendidas. Sin
embargo, al igual que el hombre de la fábula, lo que parecía ser un mapa con un
propósito específico terminó siendo algo mucho más profundo, un recorrido hacia
mi propia esencia. En este viaje, me reencontré con mi sombra, ese concepto que
Jung describe como las partes de nosotros mismos que preferimos ocultar o
ignorar, y descubrí mi dualidad, mi lado femenino.
Cada experiencia, cada desafío y cada
aprendizaje no son elementos aislados. Son piezas de un todo, que juntas forman
mi identidad. No son dos entidades separadas, sino partes integrales de ese
"mapa" que voy trazando día a día. Este proceso de integración no ha
sido lineal ni sencillo. Ha sido, como cualquier mapa real, lleno de caminos
sinuosos, desvíos inesperados y paisajes desconocidos. Pero a cada paso me doy
cuenta de que no hay respuestas definitivas, solo la posibilidad de seguir
explorando.
Lecciones del camino:
He aprendido que el autodescubrimiento
no es un destino, sino un proceso continuo. No se trata de encontrar una versión
"final" de mí misma, sino de aceptar y abrazar todas las versiones
que coexisten en mi interior. Ser Sabrina, explorar mi feminidad y trabajar en
mi sensibilidad son todas partes de un mismo viaje, y cada una aporta algo
único y valioso.
En este camino, también he encontrado
conexiones significativas que me han enseñado sobre la importancia de la
sincronía. Personas como Ester, cuya obra y palabras llegaron a mi vida en el
momento justo, son pruebas de que el universo nos une a quienes están abiertos
a ver más allá de lo inmediato. Como diría Borges, "No es el amor que
mueve al mundo, sino el asombro."
Hoy entiendo que mi vida no es una
lista de eventos desconectados, sino un mapa en constante construcción. Cada
lugar que visito, cada relación que cultivo y cada momento de introspección
añade una línea más a ese dibujo que es mi rostro. Y aunque no sepa exactamente
cómo se verá al final, sé que lo importante es seguir caminando, con
curiosidad, con apertura y, sobre todo, con amor hacia mí misma.
El equilibrio:
Cuando me permito ser Sabrina, siento una paz que pocas veces logro encontrar de otra manera. En esos momentos, no hay lucha, no hay contradicción. Mi dualidad no es un problema que deba resolver, sino un aspecto de mí que debo integrar.
Jorge y Sabrina no son opuestos, son complementos. Cada uno aporta algo único a quien soy. Él me conecta con mis responsabilidades, con mis afectos y con mi historia. Ella, por otro lado, me conecta con mi esencia más profunda, con mi sensibilidad y mi interior. El desafío está en encontrar el equilibrio, en darles espacio a ambos sin dejar que ninguno eclipse al otro.
En mi día a día, encuentro pequeños rituales que me ayudan a mantener este equilibrio. Por las mañanas, cuando me aplico mis cremas faciales y el protector solar, es como si invitara a Sabrina a acompañarme durante el día, aunque sea en detalles sutiles. Por las noches, al realizarme la limpieza facial diaria, reflexiono sobre el día, Jorge toma el relevo, recordándome las responsabilidades que aún tengo por cumplir.
Hay días en los que mi lado masculino debe liderar, enfrentarse al mundo con fuerza y determinación. Pero incluso en esos momentos, siento a Sabrina presente, susurrándome paciencia y empatía. Cuando me maquillo frente al espejo o siento el roce de una prenda femenina, es como si el mundo se equilibrara, como si ambos pudieran convivir en paz.
Descubrí que el equilibrio no es una meta que se alcanza y se mantiene,
sino un baile constante entre luz y sombra. Y en ese baile, he aprendido a amar
cada paso, cada tropiezo, porque son parte de lo que me hace completa. Como
Alan Watts dijo: "El misterio de la vida no es un problema a resolver,
sino una realidad a experimentar." Y en esa realidad, mi dualidad no es
una carga, sino un regalo que me permite vivir con mayor autenticidad y
profundidad. En
esa realidad, cada experiencia, por pequeña o grande que sea, deja su huella,
un trazo más en el mapa de mi alma.
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