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Hay momentos en la vida que trascienden lo físico, que tocan fibras tan profundas que parecen despertar partes de nosotras mismas que, aunque siempre estuvieron ahí, jamás se habían sentido completamente vivas; bueno, tuve uno de esos momentos. Fue un encuentro con alguien que no solo vio a Sabrina, sino que la celebró, la admiró y la abrazó en su totalidad.
Desde el primer contacto, sentí cómo cada gesto y cada palabra estaban diseñados para hacerme olvidar que alguna vez fui otra persona, para permitirme ser completamente yo. Sus caricias eran suaves pero intensas, como si estuviera descifrando el lenguaje de mi piel. Me hizo sentir hermosa, delicada, deseada, pero, sobre todo, me hizo sentir auténtica. Su forma de entrelazar sus manos con las mías, susurros en mi oído, los halagos sobre mi piel, mis manos, y hasta la forma en que me movía, fueron como una melodía que resonaba en mi ser femenino, haciendo eco en cada rincón de mi alma.
En esos momentos, no existían etiquetas, dualidades ni máscaras. Solo éramos dos almas compartiendo un instante perfecto. Me dijo que mi piel era suave, delicada, y que mi cuerpo le hacía sentir que estaba con alguien especial, alguien que irradiaba feminidad en cada movimiento. Esas palabras, más que halagos, fueron como un bálsamo para mi esencia, una confirmación de que este camino que estoy recorriendo no solo es válido, sino también hermoso.
Cuando todo terminó, el mundo parecía haber cambiado. Manejé de regreso con una sonrisa que no podía ocultar. Cantaba, me sentía ligera, libre, plena. Al llegar a casa, me descalcé, dejé que mis pies tocaran el suelo frío mientras me movía por la casa, aún envuelta en esa energía cálida que había dejado en mí. Me preparé unos mates, reflexionando sobre lo vivido, y dejé que los recuerdos me acariciaran una vez más antes de quedarme dormida.
Ese
encuentro no fue solo una experiencia, fue un despertar. Me hizo comprender que
cada paso que he dado hacia la aceptación de Sabrina no ha sido en vano. Me
recordó que esta feminidad que vivo y comparto no solo es percibida, sino que
también es admirada y respetada. Me enseñó que permitirme ser vulnerable,
abrirme a estas experiencias, no es una debilidad, sino una fortaleza. Porque
en esos momentos, no solo soy Sabrina, soy todo lo que siempre quise ser,
completa, libre y profundamente mujer.
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