Cuando el cansancio ya no entra en el cuerpo

"Madrid, y señales"

Entre señales sincronías y un café en Madrid

A veces, la vida nos cruza con personas en los momentos más inesperados. Personas con las que compartimos palabras, miradas virtuales, intuiciones. Y sin saber muy bien cómo, empiezan a resonar en nosotras como si siempre hubiesen estado ahí. Así siento mi conexión con Ester.

Ya lo escribí una vez, en el post (Cuando mis palabras cruzaron el océano) – “Lo sentí. En su forma de mirarme, de leerme, de escribirme. Algo que no busca explicaciones lógicas, sino que simplemente se deja sentir. Y ese sentir, profundo, espontáneo y sin máscaras, me hizo entender que hay conexiones que no necesitan presencia física para nacer.”

Y lo reafirmé después, en el post (Conexiones que trascienden) – “Conexiones que aparecen sin aviso, sin buscarse, pero que llegan como si hubieran estado esperando el momento exacto para manifestarse.”

Hace unos días, Ella me escribió después de leer uno de mis últimos textos. Diciéndome que le recordó a un duelo, pero no desde la pérdida, sino desde la transformación. Que no se deja de amar, que se suelta, se llora, y se transforma. Y en esa frase, sin saberlo, describió también mi proceso interior.

Después me confesó algo que me llegó al corazón y me dejo pensando; “Ya me parecía que vos también andabas con poco ánimo.” Y sí. Yo no lo había dicho, pero lo sentía. Y ella lo intuyó. ¿Cómo se explica eso? No tiene explicación. Solo se siente.

Compartimos nuestras ganas de estar cerca, de acompañarnos en los caminos que estamos recorriendo. Me habló de un lugar, un espacio soñado donde las transformaciones no son solo externas, sino también del alma. Y me dijo: “Si vivieras en España, te diría que no podés faltar. Y ya de paso, ponerte en manos de Dafni.”

Sonreí. Pensé en mis tacos. Y respondí con una sonrisa que “Para mostrar a Sabrina, sería una ocasión muy especial. Ya sé qué tacos usar.” Y entonces me permití imaginar…

 

Madrid. Día soleado.

Ella está hermosa. Nerviosa y radiante por presentar su libro. Yo llego como Sabrina, con un vestido sencillo pero elegante, los tacos que ya había elegido en mi mente, y el corazón lleno de emoción. Nos abrazamos fuerte, como si nos conociéramos desde siempre y desde la primera fila la observaba contenta mientras hablaba de su nuevo trabajo. Luego, caminamos juntas, charlamos, tomamos algo en una terraza tranquila. Nos reímos. Hablamos de nuestras cosas, de nuestras sombras, de las veces que sentimos que no podíamos más y sin embargo seguimos.

Ella me dedica su libro, y yo solo le contesto gracias por verme. Por estar. Y aunque esa escena aún no haya sucedido, en mi corazón ya es un recuerdo feliz.

Porque hay encuentros que trascienden distancias. Porque hay personas que nos abrazan con palabras. Y porque no hace falta tocarse para sentirse acompañadas. Con ella, siento eso. Y sé que no estamos solas.

 

Señales y sincronicidades

Hace un tiempo escribí en el post (Reflexiones desde mi dualidad y mi sensibilidad) que, Hay señales que no son ruidos en el camino, sino pistas de que vamos bien. Las sincronías que aparecen cuando alguien en la distancia dice justo lo que una siente sin decirlo, o cuando una historia resuena tan fuerte que parece escrita con nuestra voz. Así fue con Ella.

Tal vez no entendamos del todo estas conexiones. Pero las sentimos. Y si algo he aprendido en este camino, es a confiar en lo que se siente. Porque la sensibilidad no es debilidad.
Es guía. Es raíz. Y también es la forma más sincera de estar en el mundo.

Y como me dijo una vez Ester en una de nuestras charlas:

“Un amigo solía decirme que no existen las casualidades, sino las coincidencias necesarias. Qué bonito haber coincidido de esta manera y estar creando tal sinergia.”

Y sí… es exactamente eso; Gracias.

 

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