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“Lo que se
escribe no se pierde nunca.”
Eso pensé cuando terminé de leer Elisa y el diario secreto. No solo porque me vi reflejada en sus páginas, sino porque algo mío, mi historia —algo sagrado— quedó ahí, tejido con amor en la historia que Ester escribió con el alma.
Después de publicarlo y compartir mi reseña, ella me escribió. No fue una respuesta formal ni un simple “gracias”. Fue una conversación real, sentida, íntima. Hablamos de lo que generó el libro en mí, de cómo lloré al ver mi historia escrita con tanta delicadeza. Le conté que me desarmó. Que me sentí vista como nunca antes. Que esa carta que aparece ahí es mi historia, y que la forma en que ella la hiló fue un acto de amor.
Pero también
hablamos de ella. De su historia. De su tía “la más tía”, como suele decirle,
la única hermana de su padre. De esas cartas que se escribían desde siempre.
De cómo esa mujer fue una semilla para su escritura y cómo, en su despedida, le
dejó una carta… como en los viejos tiempos.
También me contó que su tía está atravesando sus últimos días. Que escribir este libro también fue una forma de honrarla. Que le dedicó esta historia sin saber si llegaría a leerla, y que alcanzó a hacerlo apenas unas semanas antes de que la internaran.
En esa
charla, tan cargada de emociones, le hablé de mi abuela. De cómo me crio.
De cómo nuestras tardes de mate y su máquina de coser son un refugio al que
vuelvo cuando la extraño. Como cuando voy a la costa y la visito en la
Escollera Sur de Mar del Plata y porque me gusta caminar por la playa. De cómo,
muchas veces, le hablo como si estuviera a mi lado. Y de cómo, a veces… me
contesta.
Nos reímos. Lloramos. Nos abrazamos a la distancia. Y en ese instante, entendí algo más: que este libro no solo guarda historias. También genera encuentros. Ester es, sin dudas, una guardiana de secretos. De los míos. De los de muchas. Y también de los suyos.
Este capítulo no es para contarles solo que leí un libro que me gustó y del cual mi historia es parte, sino para decir que cuando alguien escribe con verdad, con memoria, con respeto, algo se mueve. Y cuando dos almas se cruzan desde ahí, ya no hay casualidades. Solo coincidencias necesarias.
Para la tía,
la más tía… y para mi abuela, siempre conmigo.
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