Charla entre amigas:
Hay charlas que llegan cuando uno menos lo espera y se vuelven un bálsamo para el alma. Así fue la conversación con una chica Cross con la que hablé durante horas y sin darme cuenta se me pasó la tarde. Entre mate, recuerdos y confidencias, surgieron palabras que me hicieron reír, llorar y sentirme más viva que nunca.
Hablamos
de la libertad que nos da el poder caminar como quienes realmente somos por
dentro. Le contaba que cuando voy a la costa me gusta hacerlo como Sabrina y
sentir la brisa, la arena, el mar y esa sensación de plenitud que me arranca hasta
muchas veces lágrimas. Lágrimas que no son de tristeza, sino de plenitud, felicidad.
Sobre todo, esa vista tan imponente del mar y el sol despertando en el
horizonte. Porque llorar no siempre es sufrir, a veces es la manera más pura de
sentirnos vivas.
También
charlamos de lo íntimo, de esas frases hirientes que muchas veces se escuchan y
que reducen todo a lo vulgar. Pero sabemos la diferencia y que no se trata de
“romper” nada, sino de hacer el amor. De ser tratadas con ternura, con respeto,
con esa delicadeza que nos reafirma la feminidad, sin máscaras ni
explicaciones. Porque no somos un objeto, somos un mundo de sensaciones, de
vulnerabilidad y deseo que se enciende cuando nos reconocen como lo que somos.
Ella,
abrió su corazón y contó experiencias duras que la marcaron; situaciones de
abuso en su juventud que la lastimaron, pero también momentos posteriores que
le devolvieron la feminidad, la emoción y la plenitud de sentirse realmente
mujer. La escuché y me conmovió, pensando en cuántas personas han pasado por
dolores similares, y me refiero a todas sin distinción de raza, género, religión
y edad, y en la fuerza que tienen, en algunos casos, para levantarse, sanar y
volver a brillar.
En
medio de todo, también nos reímos mucho. Porque hablar de tacos, de cómo
manejamos con tacos o de cómo caminamos orgullosas con nuestra feminidad a flor
de piel, también es parte de este viaje. Entre lágrimas y risas, descubrimos
que compartimos más de lo que pensábamos. Esa energía femenina que nos atraviesa,
que no es un disfraz ni un juego, sino parte esencial de quienes somos.
Hubo
momentos de la charla que me trajeron recuerdos de mi propia historia. Aquel
encuentro que me hizo sentir plena, la presencia de la verdadera Sabrina, las
noches en las que me descubrí más femenina. Y también salió lo íntimo, lo
doloroso, lo que nos marcó. Fue bonito cerrar con la ligereza propia de amigas;
promesas de conocernos, chistes sobre tacos y la complicidad de quienes se
reconocen sin fingir.
Al
escucharla a ella y a otras historias que salen en estas charlas, no pude
evitar pensar en algo que va más allá de la identidad o la forma en que vivimos
la feminidad; el abuso, la violencia y el maltrato no distinguen género. Duelen
igual. Hay muchas personas —mujeres y hombres, y todas las identidades entre
medio— que han vivido situaciones que no pudieron contar, que tuvieron miedo,
vergüenza o no supieron cómo pedir ayuda.
Por
eso creo que es clave hablar, poner palabras, animarnos a contar lo que nos pasó,
aunque la voz tiemble. Lo que no se nombra tiende a enquistarse; lo que se
comparte, aunque duela, puede empezar a sanar. Nadie debería sentir que su
dolor es menos válido por ser hombre o mujer. Somos personas con cuerpos, almas
y cicatrices, y lo humano es justamente reconocernos en la vulnerabilidad,
acompañarnos en la fragilidad y no callar más aquello que nos quebró.
Quizás
al final de eso se trate, de seguir eligiendo la vida, aún con las marcas; de
transformar el dolor en fuerza y ternura; de recordar que no estamos solos.
Porque entre lágrimas de libertad y risas con tacos, una charla puede
convertirse en abrazo, en contención y en el primer paso para no guardar más
silencios que dañan.
Sabrina
Lorena
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