Fin de semana de lluvia

Desde las sombras hacia la luz “Un viaje de autodescubrimiento”

 

Desde que comencé con las meditaciones que me recomendó mi terapeuta, noté que algo en mí estaba cambiando. Al principio me sorprendió que el psicólogo me sugiriera meditar, pues nunca imaginé que volvería a sentarme frente a uno. La última vez que lo hice fue en mi adolescencia, una experiencia que quedó marcada por la sensación de no haber encontrado respuestas, y desde entonces rechacé la idea de volver. Pero esta vez fue diferente. Esta vez no era solo yo quien lo pedía, sino mi familia. Tanto mi hija adolescente, de 15 años, como mi esposa, veían en mí un hombre atrapado en la rutina, en los problemas de pareja, y me pedían que buscara ayuda.

 

Decidí seguir su consejo y hacer la primera consulta. Lo que comenzó como una charla superficial se transformó en algo más profundo de lo que jamás imaginé. Le expliqué al terapeuta los problemas en mi matrimonio, cómo la comunicación entre mi pareja y yo se había vuelto rutinaria y monótona, nuestras charlas habían quedado reducidas a cuestiones cotidianas, sin abordar realmente cómo nos sentíamos. Lo más duro fue enfrentar el hecho de que, tras más de 25 años juntos, la idea de una posible separación ya no parecía tan lejana.

 

El terapeuta, en vez de seguir un camino convencional, me sugirió algo inesperado: meditar. Al principio, pensé que no llegaría a nada, pero decidí darle una oportunidad. Las primeras sesiones me ayudaron con algo tan básico como conciliar el sueño, algo que me costaba por las noches, ya que mi mente estaba siempre inquieta. Pero con el tiempo, esas meditaciones empezaron a abrir puertas dentro de mí que no sabía que existían.

 

Fue entonces cuando reviví un sueño recurrente. Un sueño que ya había tenido en varias ocasiones, pero que esta vez se sintió diferente, más vivo, más tangible. El sueño siempre era el mismo: una laguna de aguas claras y tranquilas, rodeada de montañas con un follaje verde brillante. El cielo, siempre cubierto por nubes, reflejaba una calma indescriptible. Pero lo que más me sorprendió fue ver mi cuerpo, o, mejor dicho, un cuerpo que reconocía como mío, pero que era claramente femenino. Las uñas de mis pies pintadas, el contorno suave de mi silueta en el agua. Desperté con una mezcla de sorpresa y curiosidad, tratando de retener cada detalle.

 

A partir de ese sueño, comencé a preguntarme qué significaba todo esto. Recordé un libro que había comprado años atrás para mi esposa, Muchas vidas, muchos maestros, de Brian Weiss, y decidí leerlo. Lo que descubrí allí fue sorprendente. Weiss hablaba de la reencarnación, del alma que trasciende y de los recuerdos bloqueados de vidas pasadas. De repente, la idea de que este cuerpo femenino en mis sueños fuera una manifestación de una vida pasada cobró sentido.

 

El viaje de autodescubrimiento no se detuvo allí. Comencé a leer a Carl Jung, especialmente sus escritos sobre el inconsciente colectivo y los arquetipos. Jung hablaba de cómo lo masculino y lo femenino coexistían en todos nosotros, y cómo la sombra —esa parte oculta de nosotros mismos— podía contener aquello que habíamos reprimido o ignorado durante nuestra vida consciente. La teoría de la Anima y el Animus resonó profundamente en mí, haciendo que todo encajara. Lo que había reprimido durante tanto tiempo era esa parte de mí, mi lado femenino, que había estado esperando salir a la luz.

 

 

La meditación y las conversaciones con mi compañera “R” quien me ayudó a entender más sobre constelaciones familiares y biodescodificación, me abrieron nuevas perspectivas. Lo que antes me parecía absurdo o irracional, ahora cobraba sentido. Empecé a ver cómo estos patrones familiares y sociales habían influido en mi vida, cómo me había ocultado detrás de expectativas y mandatos, ignorando una parte esencial de quien realmente soy.

 

El proceso no fue fácil. A medida que avanzaba en mis meditaciones y mi autoconocimiento, también
enfrenté desafíos en mi relación de pareja. Aunque nuestra comunicación mejoró, aún había una incertidumbre sobre el futuro. Las responsabilidades de nuestra vida cotidiana seguían presentes, y sabía que, aunque mi viaje interior era importante, no podía desatender mi vida externa. Pero también aprendí que cuidar de mí mismo no era egoísta; era necesario. Comencé a cuidar mi cuerpo, yendo al gimnasio, prestando atención a mi salud y tomando decisiones más conscientes en mi día a día.

 

Con el tiempo, las cosas empezaron a alinearse. Las sesiones con mi psicólogo se convirtieron en espacios de descubrimiento, no solo para resolver mis problemas de pareja, sino para encontrarme a mí mismo. Me di cuenta de que, aunque la incertidumbre sobre mi relación con mi esposa persistía, estaba mejor preparado para enfrentar lo que viniera. Sabía que, sin importar el resultado, siempre estaríamos unidos de alguna manera, y que mi propio bienestar era esencial para poder acompañarla en su propio viaje.

 

Así, mi camino hacia lo holístico, mi apertura a lo que antes me resultaba extraño o ajeno, me ha dado las herramientas para enfrentar esta etapa de mi vida con una nueva perspectiva. Ya no temo lo que pueda descubrir sobre mí mismo, porque sé que cada paso que doy me acerca más a la versión más auténtica de quien realmente soy.

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