Cuando la palabra se rompe

Todo lo que no te digo cuando te tengo enfrente

La paradoja de la cercanía: 

Hay algo profundamente humano —y a veces doloroso— en la paradoja de la cercanía: cuanto más cerca estamos físicamente de alguien, más difícil se vuelve decirle lo que verdaderamente sentimos.

 

Nos pasamos días, semanas, escribiendo mensajes cargados de sinceridad, mails largos donde nos desnudamos emocionalmente, audios que grabamos y regrabamos para que suenen justos, medidos, profundos, sin embargo, cuando tenemos a esa persona frente a nosotros todo eso se deshace en la garganta.

 

El silencio se vuelve cómodo, o quizás protector. Miramos el mate, el plato, al perro, el celular; cualquier cosa antes que mirar a los ojos y decir: “Estoy feliz de que estés acá”, “te extrañé”, “me dolió lo que pasó”, “todavía te amo”, y no es porque no lo sintamos. Es porque decirlo de frente es un acto tan vulnerable que muchas veces nos supera. Frente a frente no hay filtros. No hay edición. No hay botón de borrar. Frente a frente está el otro, con su mirada, su historia, su respuesta inmediata. Y eso nos inhibe. Nos asusta. A veces, hasta nos paraliza.

 

A mí me lo han dicho: "Ahora que estamos frente a frente, ¿por qué no me decís nada?"
Y yo me quedo en blanco, sabiendo que anoche le escribí un mensaje cargado de verdad y emoción, pero ahora, ahora no puedo. Porque el cuerpo recuerda, porque hay miedos que la escritura esquiva pero que la piel no perdona.

 

Sin embargo, no creo que eso le quite valor a lo que escribimos. Al contrario. Escribir es otra forma de hablar. Más reflexiva, más libre, más auténtica, quizás. Porque ahí no hay interrupciones, ni gestos, ni miradas que nos alteren. Hay solo alma en estado puro.

 

Aunque confieso algo; me encantaría que un día, en lugar de escribirle todo lo que siento, quiero, pretendo y más, pueda decírselo sin temblar. Mirarla a los ojos y decirte: “Todo lo que te escribí… también soy capaz de decirlo ahora, con vos enfrente.” Y que entienda que ese silencio mío no es desinterés. Es emoción. Es respeto. Es miedo a romper algo sagrado con palabras torpes. Pero también es amor, aunque no se diga. Porque a veces, el verdadero amor... también se escribe.

 

“A veces, lo que no digo en voz alta… lo escribo para no dejar de decirlo.” —S.

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