Cuando la palabra se rompe

La tristeza es un sentimiento muy necesario para nuestra existencia

 

Abrazar la Tristeza: Un acto de valentía:

 

Hay palabras que llegan como susurros y otras como revelaciones. Esta semana, una amiga me compartió unas líneas de un libro que está leyendo y que me dejo pensando. Hablaba de la tristeza. No como algo que hay que evitar, ocultar o reprimir; sino como algo que nos habita, que nos cuenta una verdad profunda y sólo quien amó de verdad puede sentirla.

 

Vivimos en una cultura que romantiza la felicidad, que nos exige sonreír todo el tiempo, mostrarnos fuertes, productivos, enteros, pero, ¿y si la verdadera fortaleza estuviera en permitirnos estar tristes? ¿En no tener que justificar el nudo en la garganta, ni los ojos húmedos al recordar un abrazo que ya no está?

 

La tristeza nos conecta con nuestra humanidad. Es esa emoción que aparece cuando hemos vivido algo tan significativo, que su ausencia duele. Duele porque fue real. Porque nos importó. Porque no fue en vano. Y es cierto como me escribía mi amiga, tristeza y alegría van de la mano. Son hermanas que se alternan en el camino. A veces una se adelanta, otras caminan juntas. Y cuando nos permitimos escucharlas sin miedo, entendemos algo esencial; no hay pérdida sin amor, no hay duelo sin vínculo, no hay lágrima sin historia.

 

Yo particularmente aprendí a no pelearme con mi tristeza. A veces me visita en silencio. A veces grita. Pero siempre me recuerda todo lo que fui capaz de sentir, de entregar, de construir. Me habla de lo vivido. De lo que aún me acompaña, incluso en la ausencia.

Y por eso, hoy quiero decir que no tengamos miedo de sentir tristeza. Porque si duele es porque valió la pena. Porque fuimos felices, aunque más no sea por un rato. Porque entregamos el alma, aunque después haya que recomponerla. Abrazar la tristeza no es rendirse. Es honrar lo vivido.


 

La Tristeza Como Huella del Amor:


Hace tiempo entendí que la tristeza no es una enemiga, sino una huella. Una marca que queda donde alguna vez hubo amor, entrega, deseo de pertenecer.

 

Una de las veces que más lo sentí fue estando rodeada de gente. Familia, padres, voces y aun así, una soledad profunda me habitaba. No porque no estuvieran, sino porque no me veían. No del todo. Esa etapa, por más dura que haya sido, me forjó. Me hizo más fuerte, más perceptiva. Como si el alma, ante la falta de comprensión, agudizara otros sentidos para poder sobrevivir. Como una forma de adaptación silenciosa. Ahí entendí que el dolor también moldea. Que a veces se convierte en armadura, pero también en radar.

 

Y más recientemente, esa tristeza volvió con mi relación de pareja. Con mi esposa compartí amor, vida, complicidad, silencios y tormentas. 28 años de historia. Y cuando me dice que lo que siento por ella es apego y no amor, me sacude algo dentro. Porque si la tristeza surge del amor vivido, entonces ¿cómo no sentirla? ¿Cómo no llorar lo que fue tan profundamente compartido? No se puede llorar por algo que no importó. Por eso, el duelo que hoy cargo, aunque duele, también me recuerda que fui feliz, que amé con el cuerpo, con el alma, con la esperanza.

 

Y entonces reflexiono y entiendo que, esa tristeza que me acompañó desde siempre no era un enemigo. Era una semilla. Que el silencio que me rodeaba en mi niñez, el desarraigo, la soledad entre la gente, eran la cuna de algo más profundo. No lo sabía entonces pero ahí, en ese terreno árido, crecía Sabrina.

 

No como una máscara. No como un escape. Sino como una forma de adaptarme a un mundo que me dolía. Como una sombra que se convirtió en refugio. Como una armadura que también fue piel.

 

Hoy, cuando me miro y la reconozco, ya no hay vergüenza, ni miedo. Solo hay gratitud. Porque de todo lo que me fue arrancado, ella fue lo que creció en mí.

No nació del placer, ni del juego, ni del capricho. Sabrina nació del duelo, del silencio no dicho, de la lágrima no llorada. Y por eso, no necesito explicarla. Solo vivirla. Y honrarla. Porque hay identidades que no se eligen. Se descubren. En la sombra. En la tristeza. En ese lugar íntimo donde, finalmente, una aprende a decir: aquí estoy. Soy yo.

 

“No nos iluminamos imaginando figuras de luz, sino haciendo consciente la oscuridad.” Carl Jung

 

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