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Cuando la galería se vuelve confesionario
Estoy acá, en la galería de la casa. Esta casa que no es mía pero que se siente como refugio. Que me vio llegar rota, entera, desnuda, disfrazada… tantas veces. Hoy no hay viento, pero igual algo se mueve por dentro. Me duele el pecho. Y no es físico. Es esa mezcla rara de angustia, tristeza, y cansancio que no se quita con dormir.
El mate está ahí, se me
enfrió. Como tantas veces. Pero lo dejo, porque me hace compañía. Y mientras
miro el parque, la galería y sus plantas, me hablo, o quizás le hablo a ella. A Sabrina.
A la verdadera.
Hace un rato me volviste a
doler. Me viniste como un recuerdo suave, como un perfume que no me esperaba.
Me pregunté si fue amor, si no fue apego. Y aunque el mundo se empeñe en
separar las cosas, yo creo que sí. Que el apego también nace del amor. ¿O acaso
uno se aferra a lo que no ama?
Con vos tuve todo lo que no
sabía que necesitaba. La complicidad, la libertad, ese permiso para sentir mi lado
femenino, sin tener que explicarlo. Vos no me hiciste quien soy hoy, pero me
abriste la puerta para que pudiera salir. Sin juicio. Sin miedo. A veces creo
que por eso me cuesta hablar de vos. Porque nombrarte es nombrarme entera. Y
eso siempre da vértigo.
Y después está mi pareja.
Mi compañera. La de los proyectos, la de los esfuerzos compartidos, la que
caminó conmigo tantos años que ya no sé en dónde termina ella y empiezo yo.
Pero el amor con ella fue distinto. Fue más tierra que cielo. Más estructura
que juego. Y quizás, por eso, también duele.
No quiero caer en la trampa
de justificar ni de culpar. Sé que lastimé. Sé que cometí errores que no se
borran. Pero también sé que hubo amor. Y eso, por más que se esté terminando,
no se borra con una firma ni con una mudanza.
Hoy lo entiendo; estoy en
duelo. Por mi relación de pareja. Por la Sabrina que ya no está. Por la que
está empezando a salir también. Por la que fui, por la que no supe ser, por la
que quiero empezar a abrazar sin miedo. Y si alguna vez me preguntan qué es
este dolor que siento, no voy a saber explicarlo fácil. Pero quizás diga esto;
es el dolor de estar naciendo otra vez. Porque eso también duele.
Y mientras escribo esto, me
doy cuenta de que hay cosas que nunca dije. Que me las guardé tanto tiempo que
ya ni sabía que estaban. Como esa culpa muda por no haber hablado más de ella.
Por esconderla en mis recuerdos. Por no haberle dado un lugar en mis charlas,
en mis duelos, en mis lágrimas. Porque la lloré en silencio. Porque la extrañé
sin nombre.
Y también me pesa lo que no
fui con mi pareja. Lo que no pudimos. Lo que no supimos salvar. Porque no fue
solo rutina. Hubo amor si, pero no el amor que sostiene, el que abraza con
deseo, el que construye sin relegar lo íntimo. Fue amor en forma de compromiso.
De familia. De equipo. Pero no siempre de pareja. Y yo también necesitaba eso.
Necesitaba sentirme mirado, deseado, elegido. No como padre de familia, no como
pilar… sino como hombre.
Y no lo dije. No lo supe
decir. Me callé por miedo, por costumbre. Por no romper más cosas de las que ya
estaban rotas.
A veces siento que todo
esto - mi dualidad, mi historia, mis amores - es una especie de rompecabezas al
que le faltan piezas. Y otras veces creo que no faltan, que simplemente no
encajan. Que no todo tiene que encajar. Que algunas piezas son mías y otras ya
no.
Y ahí es cuando me repito
algo que una vez leí – no estás loca,
estás renaciendo – y sí, Tal vez sea
eso. Tal vez duela porque estoy dejando atrás una versión de mí que ya no me
alcanza. Tal vez por eso lloro en esta galería, frente a un mate frío, sin
decirle nada a nadie. Porque hay duelos que se lloran así, sin velorio, sin
despedida, sin palabras.
Y en medio del silencio,
entre las hojas que se mueven con el viento y los perros que duermen sin apuro,
me doy cuenta de que esta galería me conoce más que mucha gente. Porque acá me
siento sin tener que sostener nada. Sin tener que fingir fuerza. Sin tener que
explicarle a nadie por qué estoy rota y entera al mismo tiempo.
Pienso en Sabrina (la
verdadera). En lo que compartimos. En cómo, sin proponérselo, me abrió una
puerta que yo no sabía que existía. No fue solo su ternura, su mirada o su risa
contagiosa, fue su permiso el que me dio sin decirlo. El de ser yo, sin
explicaciones. El de sacarme el disfraz de lo correcto, aunque fuera por unas
horas. Y yo, que por entonces no me entendía del todo, ya sentía que algo
profundo se movía en mí.
Con mi pareja compartí
proyectos. Un techo. Una hija hermosa que adoro y amo con todo mi corazón. Una
historia larga y compleja. Pero con Sabrina compartí esa parte que nadie veía.
La que no sabía cómo nombrar. Y eso también es amor. Aunque haya sido breve.
Aunque no haya sido “posible” aunque duela todavía.
Y no quiero más justificar
lo que fue ni esconder lo que es. Porque esa es otra forma de traicionarme. Y
hoy ya no quiero traicionarme más. No puedo.
Estoy aprendiendo a no
correr más detrás de una versión de mí que se amolde al afuera. A quedarme en
esta que, aunque duela, es real. Aunque me sienta sola a veces, es mía. Aunque
no encaje en ningún molde, es auténtica.
Y si alguien me pregunta
qué me pasa, qué me duele, voy a decir que me estoy despidiendo de
cosas que alguna vez fueron hogar. Que estoy aprendiendo a vivir con ausencias.
Que estoy buscando mi voz entre tantos silencios heredados.
Y que en medio del caos…
también me estoy encontrando.
Sabrina
Lorena.
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