Cuando el cansancio ya no entra en el cuerpo

Quien espera, desespera.

 

Quien espera, desespera: la trampa de las expectativas y el poder de soltar 

Después de publicar mi post anterior "Esperar", una amiga me compartió una frase que quedó resonando y me hizo reflexionar. 

"Quien espera, desespera."

Es un dicho que, aunque simple, encierra una verdad profunda. Porque la espera, que a veces disfrazamos de paciencia, puede transformarse en angustia cuando la llenamos de expectativas. 

¿Qué estamos esperando realmente? Esperar no es solo el acto de aguardar a que algo suceda. Muchas veces, esperamos con una imagen fija en la cabeza. Esperamos que alguien cambie. Esperamos que el tiempo nos traiga respuestas. Esperamos que las cosas se acomoden solas. Esperamos que todo ocurra como lo imaginamos. Pero cuando esas expectativas no se cumplen, la espera deja de ser un estado de calma y se convierte en una trampa que nos atrapa en la desesperación. 

La ansiedad de esperar lo que no llega. El problema de esperar con expectativas es que nos atamos a un resultado específico. Nos convencemos de que solo podremos estar en paz si lo que deseamos se cumple exactamente como lo imaginamos. Y cuando eso no pasa, aparece la ansiedad, la impaciencia, la sensación de vacío. 

¿Y si en lugar de esperar a que algo suceda, nos enfocamos en lo que podemos hacer ahora? ¿Y si soltar la expectativa nos libera de la desesperación? Soltar no es rendirse, es decidir. Soltar no significa que dejamos de querer, de sentir, de desear. Soltar significa que dejamos de aferrarnos a algo que nos está quitando la paz. Es aceptar que no podemos controlar todo. Es entender que a veces, las cosas no salen como queremos. Soltar es elegir nuestra paz por encima de una espera que nos consume. 

Esperar sin hacer nada es quedarse en un limbo. Pero tomar decisiones, aunque nos duela, nos devuelve el control. No siempre podemos elegir lo que pasa, pero sí podemos elegir cómo enfrentarlo. Porque la verdadera pregunta no es cuánto tiempo estamos dispuestos a esperar, sino cuánto estamos dispuestos a seguir atados a una ilusión. La única salida es aprender a soltar. No se trata de perder la esperanza ni de dejar de desear. Se trata de aprender a vivir sin depender de que algo pase para sentirnos en paz. 

Soltar la expectativa no significa rendirse, sino liberarse. Soltar el pasado no significa olvidarlo, sino aprender de él sin que nos defina. Soltar a alguien no significa que no lo amamos, sino que elegimos amarnos a nosotros mismos también. Y sí, soltar duele. Pero quedarse atrapado en la espera duele más. Porque al final, lo que nos desespera no es el tiempo que pasa, sino lo que imaginamos que debería haber pasado. Y la única forma de salir de esa trampa… es soltar y avanzar. 

¿Cómo soltar cuando no sabemos cómo hacerlo? La verdad es que nadie nos enseña a soltar, a dejar ir. Nos dicen que hay que ser fuertes, que hay que aguantar, que el amor todo lo puede… pero no nos dicen qué hacer cuando esperar duele más que soltar. 

Por eso, muchas personas no pueden hacerlo solas. Se quedan atrapadas en relaciones que ya no les hacen bien, en recuerdos que les pesan, en esperas que solo les consumen. No porque quieran sufrir, sino porque no saben cómo salir. Es un proceso, y como todo proceso, lleva tiempo y, muchas veces, necesitamos ayuda. Hablar con alguien que nos escuche sin juzgarnos. Escribir lo que sentimos para poner en palabras lo que nos cuesta decir. Aceptar que no tenemos que hacerlo de un día para otro. 

A veces, la primera decisión que podemos tomar es buscar apoyo. Porque soltar no significa que tenemos que hacerlo solos. Y si en este momento sentís que no podés soltar, que la espera te consume, pero no sabés cómo salir, buscá ayuda, hablá con alguien. Porque soltar es la única manera de estar en paz. Y merecemos encontrar esa paz, aunque duela en el proceso. 

¿Cuándo sabemos que es hora de soltar? A veces, nos aferramos porque creemos que aún hay algo que salvar. Porque esperamos, porque nos convencemos de que tal vez, si aguantamos un poco más, todo volverá a ser como antes. 

Pero hay un momento en el que algo cambia dentro nuestro. No es una gran revelación. No es una ruptura explosiva. Es un susurro interno, una certeza que aparece en medio del ruido de la duda. 

"Ya no puedo más."

"Ya es hora."

"Es momento de soltar." 

Y en ese instante, la lucha interna se transforma en algo diferente. No es resignación, es aceptación. No porque duela menos o porque dejar ir sea fácil. Sino porque entendemos que seguir sosteniendo algo que ya no nos sostiene es más doloroso que el propio acto de soltar. 

El peso de lo que ya no es. Nos aferramos por amor, por costumbre, por miedo. Porque recordar lo bueno nos hace dudar de lo malo. Porque lo conocido, aunque duela, a veces nos da más seguridad que lo desconocido. Porque significa aceptar que algo terminó, y a veces eso duele más que la propia despedida. 

Pero cuando llega ese punto de inflexión, cuando sentimos en el pecho que no podemos seguir

esperando, algo dentro nuestro cambia. No nos despertamos un día sin dolor. No dejamos de querer de un momento a otro. Pero entendemos que es la única manera de recuperar nuestra paz; y ahí, en ese instante, el miedo deja de ser más fuerte que la necesidad de ser libres. No es rendirse, es amarnos. No es un fracaso. No significa que no intentamos lo suficiente. No significa que no hubo amor. Soltar es un acto de amor propio.
 

Es entender que nuestra paz vale más que una espera infinita. Es elegirnos a nosotros mismos, aunque duela. Es darnos la oportunidad de volver a respirar sin cargar con lo que ya no nos pertenece. Y aunque en este momento parezca imposible imaginar un futuro sin lo que dejamos atrás, hay algo que con el tiempo se vuelve claro; no nos quita nada. Nos devuelve a nosotros mismos. 

Antes que la espera, desespere, es preferible soltar. Hubo y hay amor. Tenemos una hija que nos unirá. Seguirá habiendo cariño y afecto entre nosotros. Pero su energía está enfocada en otro lado, en otro horizonte. Y antes que la espera, desespere, es preferible, con todo el amor, con cariño y recordando los mejores momentos, soltar. Que ninguno sea la carga del otro, y que tanto ella como yo podamos recuperar nuestra paz. 

También es agradecer. No significa borrar los recuerdos ni negar lo que alguna vez nos hizo felices. No significa que todo lo vivido pierde su valor. Es simplemente aceptar que la historia cambia, que los caminos se separan, pero que lo compartido sigue existiendo en otro lugar, en otro tiempo, en otro espacio del corazón. 

Es agradecer por lo que fue, por lo que enseñó, por lo que dejó. Es elegir quedarnos con lo bueno, sin cargar con lo que pesa. Es darnos el permiso de seguir adelante, sin miedo, sin culpa, con la certeza de que soltar no es perder… Es hacer espacio para lo que vendrá.

Comentarios