Cuando el cansancio ya no entra en el cuerpo

Reflexionando sobre la conexión con el cuerpo y la naturaleza


Hay momentos en la vida que nos reconectan con quienes somos realmente. Y no pude evitar reflexionar al respecto, tomar mi celular y comenzar a escribir esta experiencia. Al caminar por el parque de la casa de mi suegra, experimenté uno de esos momentos. Vestida cómodamente, con tacos chinos altos que me hacen sentir segura y femenina a la vez, recorrí ese espacio amplio, rodeada de árboles y naturaleza.

 

Cada paso que daba era una invitación a reconectarme conmigo misma. El suave balanceo de mis caderas, el contorno de mi cuerpo moviéndose acompasado con el terreno irregular, era algo más que un acto físico; era una declaración de mi autenticidad. Deslizaba mis manos por mi cintura y cadera. Por mis muslos subiendo hasta mi cuello sin antes pasar por mis pechos. A pesar de que son una ilusión, en ese instante, las sentía completamente mías.

 

El contacto con la naturaleza amplificó la experiencia. Los árboles altos y robustos, el crujido de las hojas bajo mis pies, el aire fresco y el viento entre los árboles parecían susurros lejanos. La tranquilidad del entorno parecía acompañar mi propia reflexión interna. No se trataba solo de caminar por el parque; era un acto de integración. Era estar completamente presente en mi cuerpo y en mi ser, abrazando tanto mi feminidad como mi esencia más profunda.

 

Mientras caminaba por el parque, con las sandalias que más que gustan, marcando un ritmo en el suelo y mi cuerpo moviéndose con esa fluidez que me conecta con mi esencia, no pude evitar recordar mis paseos por la playa. Aunque el escenario es distinto, la sensación de libertad es la misma. En la playa, el viento que acaricia mi rostro y la textura de la arena bajo mis pies descalzos despiertan una conexión elemental con la naturaleza. En el parque, esa misma conexión se manifiesta de otra forma; el susurro de las hojas al viento, el perfume de la tierra y pasto recién cortado, y el crujido suave de las ramas bajo mis pasos. Ambas experiencias, aunque diferentes, me recuerdan lo poderosa y hermosa que puede ser la relación entre mi cuerpo y el entorno que me rodea. Es un diálogo silencioso que me llena de paz y plenitud.

 

Sin embargo, no puedo dejar de reflexionar sobre mi situación de pareja y cómo llegué a este punto de mi vida, haciendo un repaso fugaz de mi vida y de todas mis vivencias. Momentos felices, de éxitos y fracasos. También de amores y decepciones como también de errores. Creo que de esto último lo principal es asumirlos y tomarlos como aprendizaje. Creo que nadie es un santo y muchas veces es difícil asumir responsablemente nuestros errores. Muchas veces uno los hace sin pensar, sin pensar que hace mal al otro. Lo hace por impulso, porque uno se cree poderoso y que no habrá consecuencias, o no lo sé. Pienso que uno tiene que hacer las cosas sin lastimar a nadie, pero también, no dejar que nadie nos lastime. Y muchas veces, sostenemos algo sin lastimar a la persona que queremos, sin pensar que nosotros mismos nos estamos haciendo daño. Cuando nos damos cuenta ya pasó tiempo y vienen los reproches a uno mismo.

 

Me senté en unos troncos y recordé aquella meditación que realicé en la costa, que me hizo recordar mi niñez junto a mi tía, donde de alguna manera comenzó esa conexión especial con lo femenino, cuando despertaron esa conexión inexplicable y un deseo de pertenecer a ese mundo que habitaba mi tía y toda esa feminidad que la rodeaba y me envolvía a la vez. Viajando de recuerdo en recuerdo junto a ella. También por distintos momentos que pasé junto a Sabrina, reviviendo cada momento que fueron claves. Si bien no fuimos una pareja formal, fuimos dos personas que disfrutábamos de nuestra sexualidad. Y pienso, en cómo la sexualidad no solo nos conectaba entre sí, sino con nosotros mismos, y en cómo puede ser una herramienta de autoconocimiento y bienestar si la vivimos desde un lugar de respeto y aceptación.

 

Fueron muchos recuerdos fugaces, donde momentos y circunstancias me trajeron a donde estoy ahora, donde mi lado femenino ha sido la protagonista fundamental de este último año que acabo de dejar atrás. Sabrina es mi refugio y la manera de exploración interna. En este punto de mi vida, ella no solo representa una parte de mí que alguna vez creí distante o inalcanzable; es ahora mi reflejo más auténtico, mi fuerza y mi equilibrio. A través de las experiencias que compartí con ella, he aprendido a ver mi dualidad no como una contradicción, sino como una riqueza. Sabrina no es una fantasía ni una máscara, es la puerta que me permite descubrir, sanar y expresar lo que siempre estuvo dentro de mí.

 

Las caminatas en el parque, los momentos de conexión con mi cuerpo y la naturaleza, y los recuerdos que surgen de mi relación con ella, son recordatorios constantes de que no estoy fragmentada, sino completa. Cada gesto, cada paso, cada decisión que tomo en este presente están profundamente influenciados por la valentía que Sabrina me ha inspirado para ser quien soy sin pedir disculpas.

 

Este último año, en particular, me ha enseñado que la exploración interna no es algo lineal. A veces me he sentido perdida, enfrentándome a dudas y miedos, pero ella siempre está allí, guiándome, recordándome que mi esencia es válida. Su presencia ha transformado no solo mi relación conmigo misma, sino también la forma en que me conecto con los demás. Ahora abrazo mi feminidad como una parte esencial de mi ser, y en esa aceptación encuentro un nuevo tipo de paz, uno que no conocía antes.



Esto fue lo que me hizo recordar el libro de Ester Álvarez Guillén, “Sexo in fraganti”. El capítulo sobre crossdressing y otros fetichismos fue particularmente significativo para mí. Me vi reflejada en las historias de quienes encuentran en el crossdressing no solo un placer, sino también un refugio y una manera de explorar partes de sí mismos que la sociedad les enseña a reprimir. Ester no solo normaliza esta práctica, sino que la coloca en un contexto de autodescubrimiento y aceptación, algo que considero crucial para cualquier persona que esté en este camino. Me hizo sentir acompañada y comprendida, y creo que ese es uno de los mayores logros del libro; resonar con quienes han vivido en silencio estas experiencias.

 

Mientras recorría el parque, reflexioné sobre cómo distintos momentos y circunstancias nos llevan a tomar decisiones que nos podrían afectar, no solo a nosotros mismos, sino a nuestro entorno y a las personas que amamos. Lo que pienso es que, si tomamos alguna decisión, no deberíamos tomarla por los demás; deberíamos tomar una decisión con la que podamos vivir.

 

Ese momento también me inspiró a querer abrir un camino que se encuentra cerrado por árboles caídos. Sentí que, así como quiero limpiar y abrir ese sendero en el parque, también estoy constantemente trabajando para despejar los caminos internos que me llevan a mi verdad. Quizá ese camino será un nuevo espacio para caminar, reflexionar y seguir descubriéndome, en mi dualidad y en mi totalidad.

 

Luego de esa recorrida, me senté en la galería apreciando todo el entorno. Cerré mis ojos, relajé mi cuerpo y llevé la atención a mi respiración. Intentando una conexión entre el cuerpo y la naturaleza, entre lo interno y lo externo, es una experiencia que todos deberíamos permitirnos vivir. Caminar en nuestra piel, sentirla, aceptarla, amarla, es un acto de revolución personal. Y en esos momentos de absoluta autenticidad, la vida se siente más plena.

 

Al final del día, caminar en mi piel no es solo un acto físico; es un viaje hacia mí misma, un recordatorio de que soy completa y suficiente tal como soy.


 

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