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¿Por qué elegimos las etiquetas? Reflexiones sobre la sociedad y el CrossDressing

Hace algunos días, mientras conversaba, alguien me hizo una pregunta que me dejó pensando “¿Por qué decís que sos una Cross?” a lo que mi respuesta fue simple “Porque me visto de mujer.” Pero esa respuesta llevó a otra pregunta más desafiante “¿Y por qué te ponés una etiqueta si no te gustan las etiquetas?” 

Esa conversación me llevó a reflexionar sobre algo que siempre ronda mi cabeza y es en la manera en que la sociedad pone etiquetas a todo y a todos, y cómo esas etiquetas muchas veces no nos definen realmente, sino que nos limitan o nos encierran.

 

El peso de las etiquetas en la sociedad, creo, que nos hace vivir en un mundo donde todo necesita un nombre, una categoría, una etiqueta. Si alguien no tiene pareja, es "solterón" o "solterona." Si una madre decide trabajar fuera de casa, muchas veces se la etiqueta como "desatenta," mientras que, si se queda en casa, es "ama de casa." Si alguien tiene tatuajes, puede ser considerado "rebelde" o "delincuente." 


En otros casos, las etiquetas pueden ser aún más duras y en algunos casos hasta humillante "millonario," "pobre," "intelectual," "ignorante," "divorciado," "religioso," "ateo," "conservador," "progresista." Pareciera que necesitamos encasillar a las personas para entenderlas o juzgarlas, pero esas etiquetas rara vez cuentan toda la historia. Y luego vienen las etiquetas relacionadas con la identidad y la expresión personal. Si te cuidas las manos y te vestís de mujer, ya hay etiquetas esperando para colocarte. CrossDresser, bisexual, homosexual, travesti, trans. Pero, ¿qué pasa si las etiquetas no cuentan toda la historia? ¿Qué pasa si solo somos personas explorando diferentes aspectos de nuestra humanidad?

 

A veces, usar una etiqueta es una forma de explicarnos, de ser entendidos por quienes nos rodean. Pero eso no significa que nuestra identidad quede limitada a una sola palabra. Las etiquetas pueden ser útiles para describirnos, pero nunca deberían definirnos por completo. 

Explorar la feminidad no es un delito y lo que más me llama la atención es cómo la sociedad reacciona de manera diferente según quién la está explorando. Por ejemplo, durante la Segunda Guerra Mundial, Rosie, la remachadora se convirtió en un ícono cultural en Estados Unidos, representando a las mujeres que asumieron roles tradicionalmente masculinos en fábricas y talleres. Vestían overoles, usaban herramientas pesadas y llevaban cascos de construcción. Ese cambio no solo fue aceptado, sino celebrado como un símbolo de empoderamiento y fortaleza femenina. 

Hoy en día, sigue siendo completamente aceptado que una mujer use ropa masculina; camisas, jeans amplios o incluso borceguíes. Sin embargo, cuando un hombre decide explorar su lado femenino, ya sea cuidándose la piel, pintándose las uñas o vistiendo ropa de mujer, no solo es ridiculizado o juzgado; en muchos casos, también es agredido verbal o físicamente. 

Lo peor es que existe esta creencia errónea y generalizada de que cualquier hombre que se vista de mujer —independientemente de su orientación sexual— lo hace únicamente para buscar sexo, fiestas o cosas similares. 

Esa percepción no solo es injusta, sino que ignora por completo la verdadera razón detrás de este deseo; el anhelo de explorar y vivir su feminidad. Para muchos, vestirse de mujer es una manera de expresar una parte de sí mismos que siempre ha estado ahí, un acto profundamente personal que nada tiene que ver con la búsqueda de placer o de validación externa. 

Es cierto que habrá quienes lo hagan por motivos más superficiales, como ocurre también con algunas mujeres en otros contextos. Pero generalizar y asumir que todos tienen las mismas intenciones es un error que perpetúa prejuicios y limita la comprensión. 

Además, muchas personas que exploran su feminidad lo hacen en compañía de sus parejas, como un acto de complicidad, confianza y autenticidad. Sin embargo, la sociedad sigue teniendo dificultades para aceptar que esto es una expresión legítima de la identidad de alguien, y no una “transgresión” que deba ser castigada o rechazada. 

 

Para mí, el CrossDressing no es solo vestirme de mujer. Es una forma de conectarme con una parte de mí misma que siempre estuvo ahí, mi feminidad. Durante mucho tiempo, esta parte de mí permaneció en silencio, callada por el miedo a ser juzgada. Era algo que llevaba dentro pero que no me atrevía a explorar por completo.

 

Curiosamente, no fue hasta que comencé terapia —por cuestiones que, en ese momento, no tenían nada que ver con mi dualidad— que se abrió una puerta a esta exploración interna. La terapia me permitió cuestionar creencias, romper barreras y escuchar mi interior de una manera que nunca antes lo había hecho.

 

Además, el mindfulness se convirtió en una herramienta esencial en este camino. Fue a través de la práctica de estar presente y de aceptar mis pensamientos y emociones sin juzgarlos que comencé a comprender mejor quién soy. Leer a autores como Carl Jung y Brian Weiss también fue fundamental. Jung me ayudó a entender mi "sombra," esa parte de mí que había reprimido, y Weiss me llevó a reflexionar sobre las conexiones espirituales y los recuerdos que el alma guarda.

 

Las meditaciones que empecé a practicar en este proceso fueron transformadoras. En esos momentos de calma y conexión conmigo misma, sentí por primera vez que podía abrazar esa mezcla de masculino y femenino que todos llevamos dentro, pero que a menudo nos cuesta aceptar. 

Este viaje no fue ni es fácil, pero me ayudó a comprender que el CrossDressing no es una simple expresión externa. Es un acto de reconciliación interna, de reconocer y honrar cada parte de mí, sin miedo ni vergüenza. Me encanta verme vestida, como conté en otro post, es como reencontrarme con algo ya vivido. Maquillarme, elegir una vestimenta. Sentir la delicadeza y la textura de las prendas íntimas como los perfumes. Aromas florales que despiertan mis sentidos. Al explorar mi dualidad no es solo externo sino también interno, me ha ayudado a ser más empático y respetuoso, respetando los límites de los demás. A pensar antes de reaccionar. Comunicación, pudiendo expresar emociones, frustraciones y preocupaciones sin miedo y saber escuchar, entre otras cosas. 

Esta exploración no solo afecta lo externo, sino que también transforma profundamente las relaciones humanas, y eso es fundamental para una mejor relación con mí, o, nuestro entorno, sin la necesidad de andar vestida en mi rol femenino. Son los actos los que realmente nos definen. A mi parecer, eso encierra mi dualidad. 

Hay hombres que se visten de mujer sin ser homosexuales, bisexuales o trans. Simplemente encuentran placer, conexión o autenticidad en esa expresión. Lo mismo ocurre con las mujeres que exploran aspectos más masculinos. Todos estamos hechos de dualidad, pero a la sociedad aún le cuesta aceptar que esas diferencias son parte de lo que nos hace humanos. 

Pensar en esta conversación me hizo recordar a una persona y me emociona imaginar un mundo donde este tipo de historias ayuden a romper prejuicios y a abrir mentes. Porque el CrossDressing no es solo una etiqueta, es una expresión de libertad, autenticidad y autodescubrimiento. 

Espero que algún día vivamos en una sociedad que no necesite etiquetas para validarnos, una donde simplemente podamos ser personas explorando nuestra humanidad. Mientras tanto, seguiré usando “Cross” para explicar una parte de mí, pero nunca dejaré que esa palabra defina todo lo que soy.

Al final del día, lo importante no es la etiqueta que elijamos, sino lo que hacemos con ella. Ser fieles a nosotras mismas, explorar quiénes somos y vivir desde el corazón es lo que realmente cuenta. No somos lo que otros dicen que somos, somos lo que decidimos ser. Nosotros somos responsables de nuestras emociones, y si consideramos que hay personas que nos hacen enojar o nos sacan de nuestras casillas, es porque nosotros les estamos dando el poder de controlar nuestras propias emociones. Nadie debería tener ese poder sobre nosotros. Somos los únicos responsables de cómo nos sentimos por lo que hagan los demás.

 

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