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Desde que tengo memoria, he llevado máscaras. Algunas elegidas, otras impuestas. Cada una representaba algo que debía ser o parecer. Una identidad que debía cumplir, un rol que debía interpretar. Pero detrás de esas máscaras, había algo más, miedos. Miedos que no siempre fui capaz de nombrar, pero que pesaban, que oprimían, que condicionaban.
Para muchos, las máscaras son una forma de protección, un escudo
frente a un mundo que no siempre entiende lo que no puede etiquetar. Para mí,
la máscara masculina, fue durante años mi refugio y mi cárcel. Era el rostro
que el mundo esperaba ver, pero detrás de él estaba alguien más, una parte de
mí que quería salir, pero que temía demasiado el juicio de quienes me rodeaban.
No todas las máscaras están relacionadas con el género, como en mi
caso. Cada uno de nosotros lleva sus propias máscaras, construidas por miedos,
expectativas o necesidades de encajar. Algunos luchan con máscaras que esconden
su inseguridad, otros con roles que el mundo les ha impuesto, y muchos más con
partes de sí mismos que temen revelar. Es un conflicto universal, como el de
Dr. Jekyll y Mr. Hyde, dos caras de una misma persona que buscan equilibrio, o
como los alter egos de los superhéroes, que se esconden para proteger lo que
más valoran.
Carl Jung decía que las sombras son esas partes de nosotros mismos que no queremos reconocer, los aspectos que reprimimos porque creemos que no son aceptables para los demás o incluso para nosotros mismos. Pero esas sombras no desaparecen; simplemente quedan ocultas, esperando ser integradas. No importa si la sombra está relacionada con el género, la inseguridad, el miedo al fracaso o el deseo de libertad. Todos llevamos sombras, y el trabajo de integrar esas partes de nosotros mismos es lo que nos permite crecer y encontrar autenticidad.
El miedo a no ser suficiente, el miedo a ser rechazada. El miedo a desintegrarme si quitaba esa máscara. Jung también decía que los miedos son proyecciones de nuestra sombra, partes de nosotros mismos que no queremos ver. Y durante mucho tiempo, Sabrina fue mi sombra. No porque fuera algo oscuro o malo, sino porque era todo lo que no me atrevía a mostrar.
No fue un momento único ni una revelación repentina lo que me llevó a enfrentar esas sombras. Fue un proceso lento, como quitar capas de pintura de un lienzo antiguo. Cada pequeña acción —probarme una prenda y mirar al espejo, o el simple hecho de cuidar mi cuerpo, permitirme sentirme bien en mi propia piel— fue un paso hacia la confrontación con ese miedo.
Hubo noches de lágrimas y mañanas de dudas. Hubo días en los que deseé volver a esconderme detrás de la máscara. Pero también hubo momentos en los que Sabrina se hizo presente con una fuerza que no podía ignorar. No como una figura separada, sino como una verdad que siempre estuvo ahí.
Un día, mientras caminaba por la playa al amanecer, algo cambió. El viento soplaba fuerte, pegando mi ropa al cuerpo, marcando una silueta que sentía más mía que nunca. No había gente, solo el sonido de las olas y el cielo pintándose de colores. En ese instante, no había máscara, no había miedo. Solo estaba yo, Sabrina, completa, libre. El mar me recordó que, como las olas, mi ser auténtico siempre encuentra el camino para salir a la superficie, sin importar cuántas máscaras lo oculten.
La palabra "integración" tiene un peso especial para mí. No se trata de elegir entre la masculinidad o la feminidad, entre la luz y la sombra. Se trata de aceptar que soy ambos. Que Sabrina no es un escape ni una fantasía, sino una parte esencial de mi ser.
Jung llamaba a este proceso "individuación", Un proceso en el que nos convertimos en nuestra versión más completa y auténtica, abrazando todo lo que somos. El camino hacia la totalidad, donde todas nuestras partes —la máscara, la sombra, el ser auténtico— se unen. En este camino, he aprendido que quitar una máscara no significa perder algo, sino descubrir lo que siempre estuvo allí.
Sabrina me ha enseñado que la fuerza no reside en esconderme, sino en permitirme ser, en abrazar tanto mis miedos como mis verdades. Más abierta a la belleza de lo imperfecto. Me ha mostrado que el miedo no desaparece, pero puede transformarse. Hoy, cada vez que dudo, cada vez que siento el impulso de esconderme, recuerdo esa caminata en la playa, el viento, el amanecer, y la certeza de que, sin máscaras, soy más fuerte.
Ahora, cuando escribo, cuando me maquillo, cuando miro al espejo y veo a Sabrina, sé que no estoy jugando un rol. Estoy habitando mi verdad. Todavía hay máscaras que uso, porque el mundo no siempre está listo para vernos sin ellas. Pero cada vez que me permito ser Sabrina en mi refugio, cada vez que me permito sentir, soy más yo.
La liberación del ser no es un destino final, sino un camino. Un camino que transito con miedo, con valentía, con amor. Un camino en el que cada paso me acerca a esa versión de mí misma que siempre estuvo esperando, detrás de la máscara.
Sé que todos llevamos nuestras propias máscaras, cada una
escondiendo algo que tememos mostrar. Pero también sé que detrás de cada
máscara hay una verdad esperando ser descubierta. Tal vez, como yo, podes
encontrar en esa verdad la libertad que tanto buscas. Y tal vez, detrás de esa
verdad, no solo encuentres libertad, sino también la fortaleza que siempre
estuvo esperando ser descubierta.
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