Cuando el cansancio ya no entra en el cuerpo

Entre la Resiliencia y el Despertar

A lo largo de mi vida, siempre he sentido que tengo una resistencia innata, una capacidad de adaptarme a lo que la vida me lanza, incluso cuando duele. Muchas veces me han dicho que tengo la habilidad de soportar tormentas en silencio, sin buscar culpables, sin levantar la voz, simplemente enfrentándome a los desafíos de la manera en que sé hacerlo, con paciencia y determinación. Y, aunque muchas veces he sentido que una parte de mí se iba apagando en ese proceso, he aprendido a refugiarme en mi interior y a dar lo mejor de mí en silencio.

Esta resistencia me ha ayudado en mi relación de pareja. No ha sido fácil, pero, como siempre he hecho, me mantengo, apoyo, aguanto. Con ella, he aprendido que el amor y la paciencia tienen límites, y en esa delgada línea he encontrado también un espacio para el amor propio. Hay momentos en los que el silencio se vuelve mi refugio, en los que el dolor de sostener una relación se transforma en una especie de aceptación tranquila. He llegado a comprender que alejarme o poner límites no es una derrota; es un acto de respeto hacia mí mismo, un acto de amor propio que no se limita a la fuerza de permanecer, sino también a la valentía de dejar ir.

Una frase de Carl Jung que me resuena profundamente dice “Uno no se ilumina imaginando figuras de luz, sino haciendo consciente la oscuridad”. Para mí, esto significa que el verdadero crecimiento no siempre viene de buscar la felicidad o la paz, sino de enfrentar esos momentos oscuros y difíciles. Mi resiliencia no es solo una máscara de fortaleza; es una fuente de empoderamiento que me ha permitido mantenerme en pie, abrazar mis sombras y entender que la verdadera valentía a veces radica en soltar, en dar un paso atrás para acercarme a mí.

Mi vida ha sido una serie de desafíos, de momentos en los que he tenido que reinventarme. Pero hoy, más que nunca, comprendo que mi adaptación no es un mecanismo de defensa, sino una característica esencial de quien soy. He aprendido que a veces alejarse es la única forma de encontrarme de nuevo. Alejarme de los demás no significa rendirme; significa proteger mi esencia, cuidar de mí mismo en un mundo que rara vez me ofrece ese mismo cuidado.

Ser resiliente es mi fortaleza. Es lo que me ha permitido vivir entre dos mundos, soportar las tormentas y salir fortalecido de ellas. Y aunque el camino sea complejo, sé que cada paso que doy me lleva más cerca de la paz, de mi autenticidad y de un amor propio que, por fin, no necesita esconderse.

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